Quasar, UMF 10. Parte 2

La adrenalina empezó a acompañarme para tomar decisiones, con mi brazo derecho levanté mi mochila con la cabina itinerante. En la calle había personal de instalaciones para servicios de internet, quienes me ayudaron a sacar el candado en U de acero de la escuadra, las lámparas led, una red para poder ajustar y el casco, para después acomodarlo todo arriba de un arbusto. A la bici la coloqué en la esquina para que no estorbara y ahí la dejé, lacerada, en desgracia. Pensé con aflicción que seguramente podrán venderla en pedacería y así su espíritu se colmará, se expandirá y seguirá.

Decidí tomar un taxi, pero mi aplicación de InDrive no estaba funcionando en ese momento, y dado mi estado, sopesé que sería complicado que un taxi de calle me hiciera la parada. El dolor era intenso y me encaminé al Palacio de Hierro en la calle de Durango.

El taxi de sitio es mi pastor, nada me faltará.

Con mi brazo derecho cargaba toda la armadura y trataba de balancear mi cuerpo para no realizar ningún esfuerzo con la parte izquierda, pues al hacerlo sentía un dolor tan intenso que pensé que podría colapsar con una crisis de ansiedad. Avancé sobre Salamanca, crucé las calles de Sinaloa y Durango, para esperar a atravesar hacia la tienda departamental. Ahí pregunté en el Valet Parking para conseguir un taxi, me hicieron ver que había un sitio en la esquina de Colima. Llegué y había uno esperando, en un principio no me hizo caso, pero el tipo de la caseta le gritó para que me diera servicio. Cretino. Subí y decidí ir a casa para imprimir la cartilla del Seguro Social, nunca lo había utilizado y como me había inscrito vía email, tenía la cartilla en mi buzón.

En el camino sabía que mi pesar podría concluir en yeso, miraba con molestia las calles que suelo recorrer, ya no había disfrute, es un tipo de persecución del tiempo, en donde la velocidad varía del estado de ánimo, del hastío. No había detalles que percibir, solo queda reconocer el daño en el cuerpo y todo lo demás era un marco decorativo en medio del tráfico de la CDMX.   

Llegué al departamento a las dos de la tarde, mis padres ya estaban esperando, dejé todos mis artefactos polvosos sobre la mesa. Ellos miraban desde el asombro, sabían que no era un asunto de vida y muerte, además, yo seguía funcional cognitivamente, pero tenía sendas raspadas en rostro, brazo derecho y manos. Saqué la INE de entre todos mis utensilios, sabía que junto con la cartilla a partir de ese momento serían inseparables.

Salimos para la Unidad Medica No. 10 que está a la altura del metro Villa de Cortés, sobre Tlalpan. Papeles en mano y con un dolor constante que se burlaba, pertinaz, de mi estado de ánimo. Al llegar, los automóviles detrás del taxi nos empezaron a gritar, acompañando los vítores con un claxon. Les grité que íbamos a urgencias y ellos, muy amables, respondieron: ¡Chinga a tu madre, la entrada es a la vuelta!

Mi CDMX siempre es un calidoscopio fúrico de emociones encontradas.

Llegamos a Urgencias a las 3:30 p. m., no había más que una persona formada, nos pidieron los papeles, vieron mi cartilla impresa en casa, rostros institucionales de desaprobación, y me preguntaron por la otra, con el sello y el logo federal. Después de la plática explicando mi circunstancia, accedieron a recibirme porque sí estaba dado de alta en la nube. Entonces me tomaron los signos vitales.

Me hicieron una radiografía a las 4:30, y de ahí, Tique, la diosa del azar se empezó a mofar de mis lamentos, de un momento a otro el recibidor de la sala de Urgencias había desaparecido, así como cada una de sus funciones. Los contratistas habían quitado todos los cristales, escritorios y obvio, las computadoras dejaron de funcionar. Martillos, taladros como sonidos de una broma del mal gusto, la caída de las maderas roídas, polvo, astillas, estábamos en medio de un área maltrecha. La reconstrucción de Urgencias y de un servidor empezaba en tiempo real.

En medio de las reparaciones del área y el ir y venir de enfermeres, doctores, logré explicar —pasadas dos horas— que estaba inscrito bajo el régimen número 10, de aportación independiente y que no necesitaba de incapacidad. A partir de ese momento me atendió la doctora para canalizar mi caso, quien me regaño por no haber tenido a la mano mi cartilla “oficial”, que era indispensable tramitarla y que, si podía hacerlo desde ese momento, mejor. Vio la radiografía y me pidió que moviera el brazo hacia arriba, no pude, el dolor era muy fuerte, que, si podía mover mis dedos, lo hice.

“Tienes una luxación de la clavícula, se te movió el brazo, no está en su lugar. No te podemos atender aquí, tienes que irte al Hospital Regional No. 2. Te doy este pase, tramita tu cartilla y ve para allá”.     

Durante ese lapso fue que llegó Isaura para apoyarnos, tramité mi cartilla y me pidieron una fotografía infantil a las 7 p. m. ¿cómo, será posible? En el siguiente paso a desnivel sobre Tlalpan una señora se dedica a sacar fotografías para estos casos urgentes. Recé porque estuviera abierto. Así fue.

Al darme la cartilla salimos a Las Bombas, a partir de ese momento, Isaura fue quien me acompañó, subimos a otro taxi.

No tenía idea de que estaba por ingresar a una paradoja increíble de espacio-tiempo, llena de humor negro e imágenes para no olvidar.   



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2 respuestas a “Quasar, UMF 10. Parte 2”

  1. Avatar de Marcela Villarreal De la Rosa
    Marcela Villarreal De la Rosa

    una crónica impecable Andrés.

    abrazo

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