Final Caja Negra Capítulo 3

Con el pasar de los meses los traslados al hospital se fueron complicando, el recorrido era largo y la paciencia se acortaba desde San Mateo en Naucalpan hasta la zona de hospitales en Tlalpan. Los tanques de oxígeno ya eran omnipresentes, el oxímetro, el control del ritmo cardiaco y, además, el carácter fuerte de todos los involucrados. La falta de movilidad de Juan también era un factor, entonces la silla de ruedas se volvió inseparable. El subir y bajar escaleras ya era un espasmo metódico, primero muy lento, después debía ser con ayuda de los enfermeros, y al final con camilleros y una ambulancia.

En este transcurrir del tiempo, mientras aguardaba en la sala de espera, pensé en procesos personales, de familia; por ejemplo, la idea de que, al formarnos, crecer, vamos creando una personalidad y una identidad, términos diferentes que en su destino siempre van de la mano. La personalidad, por un lado, tiene que ver con el comportamiento y la interacción con el entorno, y, por otro, la identidad es el conjunto de elementos que te definen, que podrían ir de los valores personales hasta experiencias que te van determinando, adversidades, victorias, momentos cruciales y decisiones. La familia, por lo tanto, es un laboratorio del Dr. Frankenstein para la construcción del carácter y las máscaras sociales.

Juan iba, sin yo hacer consciencia, de lado mío, caminando en la cimentación de “vida”. Nuestras experiencias fueron fuertes y ambivalentes, y algo que nos determinaba a ambos era el enojo. Así, fuimos moldeando y alimentando nuestros “demonios”, y a pesar de que íbamos paso a paso, juntos en la idea de vivir en el mismo techo, convivir todos los días, lo único que logramos espejear eran los agravios, los enconos y pocas veces nos reconocimos con nuestras virtudes. Sí, no éramos muy amables el uno con el otro. Al amor y el cariño los guardábamos para una mejor ocasión y dejamos que nuestra relación se fuera guardando en el vacío.

Desde el 2008 he venido trabajando mis manías, trastornos e inseguridades, lo que me ha llevado a ir cuesta arriba cargando a todos mis diablos y tratando de explicarme la vida con decisiones extremas, muchas, he de decir, se tomaron a partir del estómago, sin pensar, y otras tantas también en la línea de involucrar lo menos posible a los demás en mis peleas personales. No siempre lo logré, en estos casos siempre hay y habrá consecuencias.

Desde fuera, pude observar los infiernos de Juan, que involucraron a parte de la familia en medio de parches disfrazados de soluciones. Yo no pude ser condescendiente, lo acompañé y le mostraba mi apoyo, pero sin sumergirme con él. Le costó algunos años perdidos, enemistades, momentos al límite, y fue que, en medio de la profundidad, del ahogo persistente, hubo gente interesada en su carisma, en su toque con la gente, quienes desde el coacheo profesional quisieron ayudarle a salir. Poco a poco vi que Juan lo intentaba, y fue cuando empezó a hacer coaching, styling, a pagar algunas de sus deudas, y también en ese entonces ya tenía una pareja estable. Entonces trabajamos con mayor intensidad en proyectos compartidos, aunque en ese mismo periodo apareció el diagnóstico de sarcoma de Kaposi, y de la noche a la mañana todo se fue al borde. Juan había regresado a su profundidad y ya no pudo salir de allí.

Ahí, en medio de la oscuridad, pudimos platicar en otro lugar, desde su convalecencia en el hospital y desde mi transparencia emocional en circunstancias adversas, tanto personales como laborales. Estábamos reconociéndonos con nuestros demonios, mientras los ángeles afuera de los cuartos se sentaban a escuchar nuestras conversaciones y debates.

En las pláticas logramos ver que no podíamos ayudarnos a través de los años, pues ambos, con nuestros monstruos, podríamos habernos hundido más. Peleábamos en medio de nuestros océanos personales sin lograr ver que el otro estaba en una situación similar. Hasta nos reímos de eso, sabíamos que era algo absurdo y con mucho humor negro conseguimos verlo como una broma del mal gusto.

Ya sin los egos como disfraces, pudimos vernos frente a frente, y ahí logramos disfrutar el ser hermanos, y en una situación nueva para nosotros, conseguimos platicar sin enojarnos. Las similitudes y las virtudes aparecieron, también los reconocimientos, pero el momento que nos llevó a comprender que estábamos en un lugar nuevo para nosotros fue al ver sus piernas hinchadas por la trombosis. Allí tuve un acto fuera de mí, y con un sentimiento hasta ese momento desconocido, logré sobarle las piernas sin que me lo pidiera. Irreconocible.

En medio de la adversidad, había días medianos, otros muy malos, todo variaba de acuerdo con las actividades en el hospital: chequeos, pruebas, rehabilitación, exámenes médicos, informes del protocolo. Juan trataba de estar… ¿sereno? Él sabía que era fuerte y podía soportar muchos de los exámenes, también la quimio, y aunque la situación era muy complicada, siempre lo consideré valiente, tiraba para adelante. Pensaba en recuperarse, hablaba de que, si lograba salir en lo posible de esa situación, quería vender plantas, pensaba en poder asesorar a los clientes para colocarlas de manera adecuada en sus casas, quería trabajar para gente de dinero. Nunca le cuestioné el futuro, él ya tenía suficiente como para conversaciones inoperantes.

El peor momento en toda su estadía en el INCAN era cuando le programaban la punción pulmonar. Su sistema inmune estaba deteriorado, entonces los ganglios no respondían bien ante algunas situaciones o enfermedades, y el agua generada para las defensas entraba a los pulmones, en el espacio pleural, procurándole un dolor persistente, hondo, a cada respiro. Una penitencia que, decía, no se la deseaba ni a su peor enemigo. Era entonces que necesitaban hacerle la toracocentesis para sacarle el agua. Llorar y abrazar a nuestra madre antes de este evento me recordaba a él de pequeño con su hernia y con sus crisis de ausencia por epilepsia. Cómo no tener algo de misericordia en medio del sigilo doloroso que tenía que enfrentar.

Para todos los gastos tuvimos a bien hacer una cuenta donde de manera mensual los familiares que así quisieran podían apoyar, yo llevaba ese control de gastos e ingresos, para que a cada final de mes se les presentará un informe del dinero y su uso, y, así, observar las variantes importantes, como la ambulancia y los tanques de oxígeno.

¿Cómo trabajar nuestros demonios? ¿Cuándo es buen momento para hacerlo? Juan logró depurar parte de su enojo a partir de todo este proceso y tiró a la basura muchas de las caretas de soberbia que había comprado. Nunca lo había visto con tanta paz. Mucha gente con quien se había peleado fue a visitarlo y lograron conversar, y consiguió verse como un tipo espiritual sin la búsqueda de atención ¿de qué va? ¿Por qué tenemos que llegar al límite? Qué nos da la muerte de frente para tener que encontrar nuestro estado más brillante, sin lodo, sin ego, sin enojo, será que el lado oscuro ya no tiene fuerzas para combatir y deja de luchar contra los fantasmas, contra los rencores. Es entonces que el enemigo invisible logra colarse en el espejo y solo queda el eco de nuestro reflejo derrotado. El borde del vacío es nuestro mejor maestro.

Después, Juan, sin saberlo, me salvó la vida en Playa del Carmen. En mi caso, después de un proceso largo de recuperación, la vela del trabajo personal aún sigue prendida y sigo domando a algunos demonios que todavía están por aquí.


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