Había estado viajando en el metro de un lado a otro, siguiendo las noticias para saber donde necesitaban voluntarios para ayudar con los escombros. Nuestros fantasmas nos rondaban después del terremoto y un dictamen: “sálvese quien pueda” rondaba en el aire templado, que, sin ser el principal protagonista bailaba entre los vagones, y yo, intentaba respirar la tragedia para empujar algo de esperanza.
Sentado enfrente, un hombre traía un bastón, su mirada al piso, una gorra le tapaba la mirada y lo que me llamó la atención es que todo el tiempo parecía temblar, pero era algo particular, quería entender cuál era su terremoto personal, y lo veía insistente, su rostro parecía siempre estar en movimiento, pero era extraño, el temblor era más fuerte que el vaivén del vagón, sin exagerarlo, sin frío, era casi imperceptible y no quise imaginarme el dolor o la causa del porqué, y me supe cobarde, empecé a titiritar también, me paralicé, por un momento logré percibir su rostro, sus ojos blancos y en su temple supe que la ausencia ya empezaba a ser colectiva.
Entonces ya no pude ver y tuve que soñar en el vaivén del tren.
Relato corto escrito en el 2018
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